lunes, 26 de junio de 2017

LOS TIGRES ESCONDIDOS EN LA ALCOBA, de ENRIQUE JARDIEL PONCELA



LOS TIGRES ESCONDIDOS EN LA ALCOBA,
de ENRIQUE JARDIEL PONCELA
Tapa blanda, 324 pág. 13,8 x 21 cm.
ISBN  978-84-946696-6-8

http://www.esperpentoteatro.es/epages/78344810.sf/es_ES/?ObjectPath=/Shops/78344810/Products/126

FRAGMENTO DE LA INTRODUCCIÓN
por ENRIQUE GALLUD JARDIEL
La pieza es una comedia policiaca, con un asunto similar a Los ladrones somos gente honrada —uno de los mayores éxitos de Jardiel— y de una perfección técnica formidable. El título inclu­ye un misterio que no se desvelará hasta el final de la comedia, creando interés en el espectador potencial. ¿Qué simbolizan esos tigres escondidos en la alcoba matrimonial? Acabamos sa­biendo que las fieras aluden a las intimidades conyugales, que pueden acabar con la felicidad de un hombre.
La obra trata de unos ladrones profesionales que planean un golpe casi perfecto. La banda, con apariencia de gente noble, prepara una serie de trampas en una suite de hotel con el fin de robar a los siguientes ocupantes de la misma, pero no cuen­tan con que los próximos inquilinos no van a ser precisamente inocentes y confiados, sino todo lo contrario, viejos conocidos de la profesión. La trama argumental es muy elaborada y con sorprendentes giros. El espacio del hotel permite al autor dar rienda suelta a su fantasía y plantear situaciones muy originales a partir de micrófonos, maletines que se confunden y pistas fal­sas, así como de falsas identidades se suceden de principio a fin, dando de esa forma esa sensación de que nadie es quien parece ser y que todos mienten.
La lengua de la obra está muy elaborada. Hay que destacar el empleo de bastantes términos pertenecientes al argot del ham­pa. También se encuentran en ella hallazgos cómicos, como el del lenguaje telegráfico, fruto de la incapacidad de los persona­jes de completar sus frases con las partículas gramaticales nece­sarias.

FRAGMENTO DE "LOS TIGRES ESCONDIDOS EN LA ALCOBA"
En este instante, CELINDA agita su cabeza en el diván y habla con los ojos cerrados.
CELINDA
Con voz angustiada.
¡No! ¡No!
MERCHE
¿Eh?
CELINDA
¡No, por Dios! ¡Yo no tengo las alhajas! ¡En los viajes las guarda siempre mi hermana Merche! ¡Y si no, mi marido! ¡Pero yo no! ¡Yo, no!
MERCHE
Tierna.
¡Pobrecilla! Quizá es cierto que sus pesadillas la hacen su­frir.
Llamándola.
¡Celinda! ¡Celinda! ¡Despierta!
CELINDA
Despertando de un golpe y enderezándose bruscamente para quedar sentada normalmente en el diván, aterrada y mirando a su alrededor.
¿Eh? ¿Quién es? ¿quién era? ¡Dios mío! ¿Esta vez no era un muerto?
MERCHE
¿Un muerto?
Riendo.
¡Qué disparate! ¡No es nadie, ni muerto ni vivo!... No era nadie, Celinda, Era que soñabas...
CELINDA
¡Ah! ¡Soñaba!... ¡Oh!
Oprimiéndose las sienes fatigada.
¡Y siempre la misma pesadilla espantosa!
Por la alcoba surge SARA con cierta alarma.
SARA
¿Qué es eso? ¿Le ocurre algo a la señora?
MERCHE
Nada, Sarita. Que soñaba en voz alta. Lo de siempre. Pero, ya que estás ahí, ayúdala a vestirse. Porque se echa enci­ma la hora de la cena. Como no sea que no quieras bajar al comedor...
CELINDA
Levantándose, rápida.
¡Sí, sí! ¿No he de querer bajar? ¡Si está ya instalado en el jardín y hace una noche maravillosa, y la orquesta es estu­penda! ¡Pues así que no pienso bailar entre plato y plato!
MERCHE
Sonriendo.
¡Bailar entre plato y plato! Celinda, eres terriblemente jo­ven.
Poniéndose seria y grave.
Deberías imitarme a mí un poco en lo de evitar ciertas co­sas que no nos van bien a las mujeres casadas...