martes, 12 de junio de 2018

CONFIDENCIAS DE UN EDITOR DE TEATRO: ESCRIBIR, PRODUCIR Y LEER TEATRO

CONFIDENCIAS DE UN EDITOR DE TEATRO 

“ESCRIBIR, PRODUCIR
 Y LEER TEATRO.”


Fernando Olaya Pérez
 (Editor de Esperpento Ediciones Teatrales)



ESCRIBIR, PRODUCIR Y LEER TEATRO

La escritura teatral parece disfrutar últimamente de un cierto auge o predicamento en un exultante y, a la vez, confuso panorama escénico español. El teatro, como ya todos deberíamos saber, es un arte escénico que engloba variados artes y oficios. Pero tampoco debemos de olvidar que el teatro es un género literario, y como tal requiere un texto. Una concatenación de palabras con uno o varios sentidos dispuestos de una determinada forma. Una de sus virtualidades, incluso de sus finalidades, es la de (poder) ponerse en escena. La otra es la apuntada de actuar como un género literario autónomo, que puede también alcanzar su plenitud mediante la lectura. Lo que no existe es el arte escénico sin un texto (aunque sea implícito). Y aquí es donde empieza una larga polémica aún no resuelta del todo.
El caso es que la dramaturgia, o arte de escribir teatro, parece que goza de una cierta o aparente buena salud. Para ser dramaturgo/a hay que conocer, como mínimo, los engranajes de este género literario, así como las técnicas teatrales que dan soporte al arte escénico al que da, o puede dar, lugar. Esto, que parece de cajón, fluctúa en la práctica entre dos extremos maximalistas: el escritor que no sabe lo que es el teatro y el teatrero (actor-director de escena) que no sabe escribir. Desde ambos extremos se aventuran gentes de todo tipo y condición en el difícil arte de crear un texto literario-dramático. Por definición sabemos que todos los extremos son malos. O, por lo menos, tienen poca fiabilidad. Según avancemos en el conocimiento y dominio de ambas habilidades, mayor será la probabilidad de alcanzar el éxito en nuestro propósito.
Estas reflexiones engarzan con la “problemática” que supone poner en escena una obra teatral. En un sistema donde la industria no existe (o se reduce al musical importado y algunas producciones comerciales), los teatros públicos son un gueto más o menos del agrado de unos o de otros, y donde la mayoría de las producciones recaen en eso que se ha venido a llamar “escena off”, el panorama no es demasiado alentador. De ahí la pregunta: ¿qué fue primero el texto o la puesta en escena? Como el asunto de la gallina, este tampoco en sencillo de dilucidar.
Antiguamente (no tanto en la época de los griegos sino más bien hace 25 o 30 años) los libros eran un vehículo fundamental en la transmisión del conocimiento, en este caso teatral. Coincidió por entonces (en España entonces llegaba todo con retraso) la polémica entre directores de escena y dramaturgos a propósito del papel del texto en las puestas en escena. Aquel debate estéril derivó en el desapego hacia los textos teatrales de toda una nueva generación de actores y directores de escena. Y como consecuencia la apertura de una brecha entre dramaturgia y puesta en escena. Una brecha artificial, ya que después de los movimientos más o menos experimentales de los años 60 y 70 (en Europa y USA) el teatro se ha mantenido, irremediablemente, en el redil del texto. Con la importancia que le queramos dar, pero sin volver a cuestionarlo como elemento indispensable.
El caso es que ahora la producción, mayoritariamente, parte de mecanismos precarios impulsados por los propios ejecutantes del hecho teatral. Actores que se convierten en directores de escena. Directores de escena que se convierten en dramaturgos o dramaturgista. (Sin desdeñar el papel que van jugando los planes de enseñanza artísticos, reglados o no.) Y estos últimos se convierten, inevitablemente, en productores teatrales. Eso sí, precarios.
Este proceso tiene el hándicap que en el mismo la transmisión de ese conocimiento no está del todo garantizada. Al final todos nos estamos convirtiendo en especialistas (por obligación) de tres o cuatro oficios teatrales, lo cual lleva (pese al entusiasmo y el esfuerzo) a una banalización de algunos de ellos. Y no solo por relegación, sino también por ignorancia.
Y ahí es donde los libros son fundamentales. Y no lo digo solo como dramaturgo y editor (que también), sino por la sencilla razón de que el teatro es un arte mutifacético que exige un conocimiento de muy diversas técnicas, oficios y tradiciones. Leer es un placer (lamentablemente solo para algunos). Lo que me parece incuestionable es que si te dedicas al teatro y no te gusta leer, tienes un serio problema.  

 

lunes, 11 de junio de 2018

ESTO NO ES TEATRO, de HERNÁN GENÉ



 ESTO NO ES TEATRO 
incluye las obras 
MUTIS
DESMONTANDO A SHAKESPEARE
EL GATO QUE SALTA Y EL GATO QUE CAE
(UN EXPERIMENTO CON EL TIEMPO) 
de Hernán Gené.
Tapa blanda, 248 pág. 13,8 x 21 cm.
ISBN 978-84-947904-3-0

http://www.esperpentoteatro.es/epages/78344810.sf/es_ES/?ObjectPath=/Shops/78344810/Products/133


Hernán Gené gusta de cultivar la paradoja y de provocar un medido desconcierto, y así lo prueba, una vez más, el título con el que ha bautizado este volumen.
Cuando René Magritte creó su famosísima y esmerada serie de cuadros en los que aparece la imagen de una pipa y la frase Esto no es una pipa (Ceci n’est pas une pipe), serie pictórica sobre la que tanto se ha hablado y escrito -y se sigue haciendo-, su autor estaba enunciando una obviedad: evidentemente, su obra no era una pipa, sino la imagen, la representación de una pipa. Pero tal obviedad ha inducido -e induce- a todo el arte contemporáneo a reflexionar sobre la imagen pictórica y su relación con el contexto y el espectador.


Con parecida ironía conceptual, desde el mismo título del libro, Hernán Gené nos advierte que las tres piezas de su autoría incluidas en él aún no son teatro, sino -todavía- textos, literatura. Él sabe que no lo serán hasta que, merced a un cúmulo de esfuerzos y talentos coordinados de director, intérpretes y demás colaboradores técnicos y artísticos, cada texto sea convertido en “hecho escénico”; esto es, en hecho vivo ofrecido sobre un escenario a la percepción de otros.


Porque “teatro”, según indica su etimología, sólo es lo que es exhibido y ofrecido por alguien y visto y percibido por otros.
Tres textos, pues, pero rebosantes de posibilidades teatrales, como ya ha demostrado el mismo Gené al ponerlos en escena. Tres textos muy diversos en forma y contenido, pero con un denominador común: de diferente forma y con distintos métodos y estilos, en todos ellos irrumpe la realidad y se juega con el tiempo para hacernos conscientes, en algún momento de su desarrollo, del aquí y ahora de nosotros y de nuestro entorno. Hernán Gené, con mano de orfebre, rompe la ficción de la cuarta pared, interpela al público, recurre al absurdo, utiliza el drama o el humor desbordante y maneja con maestría el más excelso sentido poético o el incisivo apunte crítico.

Tres textos en busca de actores y director. Tres propuestas gozosas de leer, pero que esperan, exigen, demandan, que alguien, además del propio Hernán Gené, las convierta en teatro invistiéndolas de “forma escénica”. Un drama intrateatral de indagación poética y psicológica sobre la vulnerabilidad de la condición del actor (Mutis); una comedia clownesca que revisa y disecciona varias de las obras emblemáticas del más célebre dramaturgo isabelino (Desmontando a Shakespeare); y un experimento teatral, al límite del absurdo, sobre el tiempo, la ficción y la realidad (El gato que salta y el gato que cae). Tres creaciones -rabiosamente contemporáneas- con un recorrido emocional en el que se entrecruzan, convergen y divergen el humor, el amor y el dolor en afinado concierto, y en las que, en todo momento, reina la palabra y brilla la inteligencia.

El prólogo ha corrido a cargo de Jorge Dubatti, y también han colaborado con sus palabras Joaquín Hinojosa, Fernando Sanchez-Cabezudo Blasco, Viviana López Doynel y Esther Acevedo.