CONFIDENCIAS DE UN EDITOR DE TEATRO
“El increíble caso de los
Shakespeare´s espontáneos...”
Fernando Olaya Pérez
(Editor de
Esperpento Ediciones Teatrales)
Como
editor de textos teatrales uno se encuentra con casi de todo. Bueno, malo y
regular. Era de esperar… Probablemente uno de hechos recurrentes que más hayan
llamado mi atención, ejerciendo esta profesión, es lo que he titulado “El
increíble caso de los Shakespeare´s espontáneos…” Resumiendo la trama podemos
decir que hay gente que se levanta una buena mañana y se cree que es la
reencarnación dramatúrgica del bardo. Lo más curioso es que esto ocurre, a
veces, sin haber pasado ni tan siquiera por la puerta de un teatro y, mucho
menos, habiendo leído alguna obra teatral. Son claros casos de abducción, donde
la persona (letrada o iletrada) cree súbitamente estar en posesión de unos
conocimientos dramáticos sólidos que le permiten la construcción de una obra
teatral de innegable y superior valía.
Una
vez abducidos, estos seres se prestan frenéticamente a escribir sus obras,
aunque algunos no pasan de la primera, y una vez terminada la dan a leer,
ufanos, a sus familiares y amigos. La mayoría de estos lectores incómodos,
alaban y loan el engendro sin encontrar ninguna tacha que haga dudar de su
valía al espontáneo.
Este,
envalentonado, envía el manuscrito a los más importantes teatros y centros
dramáticos de la nación y del extranjero. Seguro de sí mismo, también lo envía
a algunas de las más ilustres figuras del teatro, el cine o la televisión (ya
vamos creciéndonos y estamos en el ámbito intermedial). Dependiendo del nivel
cultural del abducido los agasajados suelen ser los actores y actrices famosos,
pero también directores de cine y teatro, o grandes escritores, en los que se
busca un apadrinamiento (también espontáneo).
El
nerviosismo se va adueñando del interfecto ante el silencio que sobreviene en
las semanas posteriores. ¿No lo habrán recibido? Seguro que es culpa del
servicio de correos. Este país no funciona… Pero no cunde el desánimo. Habrá
que intentarlo, directamente, con las editoriales. Nueva tanda de envíos a las
grandes editoriales (Planeta, Cátedra, etc.). Nuevo periodo de silencio.
Nervios, inquietud, desasosiego…
Algo
debe de estar mal enfocado. Entonces se inicia una frenética búsqueda en “google”
para encontrar editoriales especializadas en teatro. Ahí no puede fallar. Es
tiro fijo. Encuentra una, dos, tres, tal vez cuatro. No hay muchas. Y alguna
parece, incluso, cutrecilla. No conoce a ninguno de los autores de su catálogo.
Da igual. Seguro que este es el lugar. Luego ya vendrán las grandes
editoriales, los actores famosos y los grandes teatros a buscarle. Lo
importante es publicar. Y de ahí a la eternidad…
Nuevo
periodo de silencio. Insufrible. De repente un editor contesta. Bisoño, le
responde que no puede entrar a valorar su obra ya que no cuenta con un
currículum y/ o una formación específica en artes escénicas. El espontáneo,
ofuscado, contesta con despecho. Definitivamente, ha entrado en la categoría de
los incomprendidos. Es un artista no valorado en su tiempo, y como tantos
otros, su obra resurgirá de las cenizas en la posteridad.
De
esta pequeña historieta podemos colegir que el arte (también el escénico) nace
en el fondo de la mente del ser humano, como una necesidad primordial de su
ser. Es cierto y necesario. Ahora bien, todas las cosas en el ámbito de saber
humano necesitan de un aprendizaje. Uno no se levanta una mañana y construye la
catedral de Burgos, ni pinta el Guernica, ni escribe Hamlet. Escribir es una
cosa que (casi) todos sabemos hacer, pero otra cosa es la literatura. Y encima
la literatura dramática tiene que pelearse en un escenario con todo un
entramado psico-social que denominamos teatro. Casi nada… Y, por favor, no
dejen de escribir.
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