CONFIDENCIAS DE UN EDITOR DE TEATRO
“ESCRIBIR, PRODUCIR
Y LEER TEATRO.”
Y LEER TEATRO.”
Fernando Olaya Pérez
(Editor de
Esperpento Ediciones Teatrales)
ESCRIBIR, PRODUCIR Y LEER
TEATRO
La
escritura teatral parece disfrutar últimamente de un cierto auge o predicamento
en un exultante y, a la vez, confuso panorama escénico español. El teatro, como
ya todos deberíamos saber, es un arte escénico que engloba variados artes y
oficios. Pero tampoco debemos de olvidar que el teatro es un género literario,
y como tal requiere un texto. Una concatenación de palabras con uno o varios
sentidos dispuestos de una determinada forma. Una de sus virtualidades, incluso
de sus finalidades, es la de (poder) ponerse en escena. La otra es la apuntada
de actuar como un género literario autónomo, que puede también alcanzar su
plenitud mediante la lectura. Lo que no existe es el arte escénico sin un texto
(aunque sea implícito). Y aquí es donde empieza una larga polémica aún no
resuelta del todo.
El
caso es que la dramaturgia, o arte de escribir teatro, parece que goza de una
cierta o aparente buena salud. Para ser dramaturgo/a hay que conocer, como
mínimo, los engranajes de este género literario, así como las técnicas
teatrales que dan soporte al arte escénico al que da, o puede dar, lugar. Esto,
que parece de cajón, fluctúa en la práctica entre dos extremos maximalistas: el
escritor que no sabe lo que es el teatro y el teatrero (actor-director de
escena) que no sabe escribir. Desde ambos extremos se aventuran gentes de todo
tipo y condición en el difícil arte de crear un texto literario-dramático. Por
definición sabemos que todos los extremos son malos. O, por lo menos, tienen
poca fiabilidad. Según avancemos en el conocimiento y dominio de ambas
habilidades, mayor será la probabilidad de alcanzar el éxito en nuestro
propósito.
Estas
reflexiones engarzan con la “problemática” que supone poner en escena una obra
teatral. En un sistema donde la industria no existe (o se reduce al musical
importado y algunas producciones comerciales), los teatros públicos son un
gueto más o menos del agrado de unos o de otros, y donde la mayoría de las
producciones recaen en eso que se ha venido a llamar “escena off”, el panorama
no es demasiado alentador. De ahí la pregunta: ¿qué fue primero el texto o la
puesta en escena? Como el asunto de la gallina, este tampoco en sencillo de
dilucidar.
Antiguamente
(no tanto en la época de los griegos sino más bien hace 25 o 30 años) los
libros eran un vehículo fundamental en la transmisión del conocimiento, en este
caso teatral. Coincidió por entonces (en España entonces llegaba todo con
retraso) la polémica entre directores de escena y dramaturgos a propósito del
papel del texto en las puestas en escena. Aquel debate estéril derivó en el
desapego hacia los textos teatrales de toda una nueva generación de actores y
directores de escena. Y como consecuencia la apertura de una brecha entre
dramaturgia y puesta en escena. Una brecha artificial, ya que después de los
movimientos más o menos experimentales de los años 60 y 70 (en Europa y USA) el
teatro se ha mantenido, irremediablemente, en el redil del texto. Con la importancia
que le queramos dar, pero sin volver a cuestionarlo como elemento
indispensable.
El
caso es que ahora la producción, mayoritariamente, parte de mecanismos precarios
impulsados por los propios ejecutantes del hecho teatral. Actores que se
convierten en directores de escena. Directores de escena que se convierten en
dramaturgos o dramaturgista. (Sin desdeñar el papel que van jugando los planes
de enseñanza artísticos, reglados o no.) Y estos últimos se convierten, inevitablemente,
en productores teatrales. Eso sí, precarios.
Este
proceso tiene el hándicap que en el mismo la transmisión de ese conocimiento no
está del todo garantizada. Al final todos nos estamos convirtiendo en
especialistas (por obligación) de tres o cuatro oficios teatrales, lo cual
lleva (pese al entusiasmo y el esfuerzo) a una banalización de algunos de
ellos. Y no solo por relegación, sino también por ignorancia.
Y
ahí es donde los libros son fundamentales. Y no lo digo solo como dramaturgo y
editor (que también), sino por la sencilla razón de que el teatro es un arte mutifacético
que exige un conocimiento de muy diversas técnicas, oficios y tradiciones. Leer
es un placer (lamentablemente solo para algunos). Lo que me parece incuestionable es que si te dedicas al teatro y no
te gusta leer, tienes un serio problema.
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