miércoles, 22 de noviembre de 2017

RÉQUIEM, de Ester Bellver

RÉQUIEM
de 
ESTER BELLVER
Tapa blanda, 132 pág. 13,8 x 21 cm.
 ISBN  978-84-946696-8-2

http://www.esperpentoteatro.es/epages/78344810.sf/es_ES/?ObjectPath=%2FShops%2F78344810%2FProducts%2F128


Fragmento del PRÓLOGO
por ÁNGEL GARCÍA GALIANO

En el principio era la lucha, una agonía de no saber y de que­rer vivir y amarlo todo hasta el final. En el comienzo fue la ago­nía secreta de asistir al misterio desplegándose, diversificando su magia iridiscente en arreboles de ensueño, miedo, gozo, ig­norancia y pasión. Protagonizar la vida fue solo el comienzo de la trama: se abre el telón, o una ventana de la casa paterna y el olor a ozono recuerda el de las tormentas infantiles, a un campo recién mojado o a pan recién horneado cuyo aroma se pierde en el fondo de un baúl lleno de recuerdos, algunos soñados, otros entrevistos, los más abrazados y dolientemente vivos. Al leer escuchamos jirones de nubes rosas, vemos resonar los ta­cones de una vedette descendiendo por titubeantes escalones de orillo, respiramos el aliento de los pasos perdidos de una reina desolada y firme abrazando su pérdida por los campos de Montiel, sentimos el olor untuoso de los lápices de colores recién usados… y aprendemos, ensayando, una y otra vez, a no esperar: no esperes, te dice una voz al fondo, detrás de bam­balinas, y un foco ilumina y ciega tu perspectiva de futuro; no esperas y por fin ves la fuente y reparas, jadeante por la subida, que en ella vas a beber cuando papá ya no esté. Y entonces, sorprendida, agradecida, descubres que ese era, y no otro, el tesoro escondido, sin mapa, sin plano ni memoria, y que por fin lo hallaste, agonizando la primera.


 Fragmentos de RÉQUIEM
de ESTER BELLVER


Tratando de tirar las cosas de tu padre, te encuentras con cientos de ellas que tampoco él pudo tirar de los suyos, incluido el traje de bombero de tu abuelo o un mechón de pelo de tu abuela; sus deberes, cartera y libros del cole­gio; las coletas que nos cortaron después de hacer la pri­mera comunión; los dientes que le poníamos al Ratoncito Pérez; ¡un colmillo suyo!, ¡nuestros ombligos!; su acor­deón de juguete; las muñecas que tuviste; los collares que usabas... Y aquello otro que tanto le gustaba a tu madre. Te encuentras llenando el bolso hasta reventarlo con todo tipo de porquerías: cajas vacías, bolígrafos rotos, cubiletes incompletos de parchises extraviados, una cinta casete sin identificar... En cada cajón que abres se despiertan miles de recuerdos que quisieras retener por siempre. ¿Cómo lo vas a tirar? Pues lo tiras. Tiras con saña al contenedor todas las grabaciones de vídeo que ha hecho tu padre du­rante toda su vida de toda tu vida y de la vida de todos los tuyos. Pero luego abres otro armario y aparecen las fotos: ¡15 álbumes de fotos! Y te encuentras con que las 101 grabaciones que acabas de tirar están copiadas de nuevo por si se estropeaban las originales y que también están todos los negativos de las fotos. ¡Y las diapositivas! Que no recordabas que también hubo una época para las dia­positivas. Ahí están, también a cientos, con su proyector y su pantalla de proyección... Creo que necesito una fosa para mí también.

………………………………..

La película de hoy no se ha grabado, no quedaba espacio, el móvil me lo avisaba: “No se puede grabar el vídeo”. Sin embargo, continué como que lo estaba haciendo, no podía interrumpir lo que ocurría. Estaba mi madre también en la habitación, había venido a verlo —llevan muchos años separados—. Mi padre empezó a contar cómo, el día que nació su primer nieto, antes de ir al hospital a conocerlo, pasó por El Retiro y vio en el estanque una barquita con una pareja de enamorados. Lo trasladó —dijo— a cuando era un chico joven y aún no había conseguido echarse a mi madre de novia: “Iba allí todas las tardes y escribía en el caballo tus iniciales. Soñaba con dar un paseo contigo en barca. Y ahora —pensé—, el mismo día en que una de nuestras hijas nos hacía abuelos, iniciábamos los trámites de la separación. Te fuiste y por eso yo viví aquello con Conchi, pero no tiene nada que ver, te he querido mucho, Mari, mucho. Y todavía te quiero”.

 
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