EL PÚBLICO DE(L) TEATRO
Sin
público no hay teatro. Este es un axioma irrefutable. Sin público el teatro no
existiría. Es uno de los elementos imprescindibles del esquema comunicativo del
teatro. Es el receptor. Y sin receptor, no hay comunicación. El público es uno
de los grandes enigmas de este mundillo, y tan insondable como la eucaristía
para los cristianos.
Autores que buscan su público
Se
han intentado hacer diversas clasificaciones del público y todas tienen su
problemática. Lo que parece claro es que el público ha evolucionado dependiendo
del lugar que ocupa el teatro en el tejido social de cada época. En la
actualidad podemos decir, a priori, que debe de haber tantas clases de público
como tipos de teatro. Pero los compartimentos nunca son estancos.
Mucha
gente de teatro suele (solemos) tener un ramalazo reduccionista y creemos que
el teatro es solo el teatro que podríamos llamar artístico. No incluimos en
nuestro imaginario el teatro comercial y el teatro musical. Estas dos
vertientes son, precisamente, las que más público llevan al teatro. Y, por
tanto, nuestra percepción del público está algo más que sesgada.
El
público de este teatro artístico, que bebe del teatro griego antiguo y se
retroalimenta del renacentista y barroco, para terminar incorporando todas las
innovaciones surgidas desde finales del s. XIX, es hoy en día un público
supuestamente formado y con una cierta pátina intelectual. Una pátina cada vez
más residual en un ambiente dominado por la inmediatez y la falta de análisis
de la realidad que nos rodea. De ahí que la inconsistencia del discurso teatral
no sea más que un reflejo de la fragilidad del ámbito social en el que surge. Y
el público, evidentemente, es parte de este deambular sin rumbo en el que nos
hallamos todos embarcados.
Libros de Esperpento Ediciones Teatrales
Dentro
de este marco hay margen para un “cierto” éxito de algunas propuestas que están
tirando del carro bajo ciertas marcas autorales o corporativas. Posiblemente de
ahí derive la idea de que la dramaturgia española actual atraviesa un buen
momento. Y seguro que es verdad. Lo que a veces no quiere verse es la multitud
de propuestas que nacen y mueren en los meandros de la invisibilidad, la
mayoría de las mismas con un paso efímero por las llamadas salas alternativas y
que, como mucho, quedan emparedadas en la letra de unos libros de teatro que se
leen muy poco.
Un buen amigo sostiene que el teatro
alternativo tiene que estar subvencionado para poder sobrevivir. Yo le negaba
esta máxima creyendo que la permanencia tiene que venir de la autosuficiencia.
Hoy en día no lo tengo tan claro. Lo que sí que voy teniendo cada vez más claro
es que los dineros públicos deberían de invertirse en la promoción del teatro
de base, y no en alharacas derrochadoras que no reportan nada al propio teatro.
El dinero destinado al teatro por las administraciones públicas, como bien de
interés cultural, es descaradamente insuficiente, pero también podemos convenir
que su distribución es fatalmente inconveniente.
Las
salas de pequeño formato, donde malvive el 80% de los profesionales del teatro,
no son viables nada más que, escasamente, para aquellos que las regentan (otros
héroes de este entramado), pero para las compañías no sale a cuenta nada más
que para matar el gusanillo. Para estabilizar este aspecto haría falta poner
los precios de las entradas a 40 o 50 euros como mínimo. En la actualidad si
pasas de 12 o 15 euros lo mismo te quedas solo con el técnico. Ahí está, por
tanto, un campo de actuación claro de las administraciones públicas.
Subvencione usted más al público y no tanto a los teatros públicos, le diría yo
a los políticos, y verá usted como el asunto empieza a funcionar.
Últimas novedades de la editorial
Uno
de los mayores escollos a la hora de ver la situación general son las grandes
cifras ofrecidas por los anuarios y estudios sobre las artes escénicas (SGAE,
Academia de las Artes Escénicas, etc.) que solo recogen macro-cifras que no dejan
ver el bosque de la situación real del sector. Hablar de más de 2.000 millones
de recaudación el último año parece una broma cuando el 2,5% de las compañías
recaudan más del 30% de los ingresos totales (aquí se incluyen, por supuesto,
musicales y teatro comercial). Y del resto hay que contar con que el 75% de los
teatros son públicos y la mayoría no cuenta con una programación regular, y
mucho menos fuera de los fines de semana. Sin embargo el 63% de las compañías
teatrales activas tienen menos de 4 trabajadores y suelen recalar en el 8% de
los teatros, que son los que tienen menos de 200 butacas y son de titularidad
privada. Cutre, no; lo siguiente.
El
problema es que en esta ecuación el público importa poco a los poderes públicos.
No cuenta para nada. No es un factor a tener en cuenta. Si nadie cuida a los
profesionales, ¿quién va a cuidar del público? Pero el público es fundamental
para la permanencia del hecho teatral, como ya hemos visto.
Los
públicos que ahora atraemos al teatro con el dinero público es el que va a ver
a las grandes estrellas mediáticas de la televisión, que encuentran en el
teatro un lugar para fisicalizarse ante sus fans. Esto deriva inevitablemente
en producciones cercanas al teatro comercial, que muchas veces se pagan con
dinero de todos. Y por otra parte también se destinan bastantes recursos a un
cierto público “cautivo” (jóvenes, mayores, sectoriales, etc.) que tampoco
parece repercutir en la formación de públicos sólidos que se incorporen al
tejido teatral, sino que simplemente intenta lograr “otros” fines recurriendo
al teatro para justificarse.
Últimas puestas en escena de obras publicadas en la editorial.
El
público es ese gran desconocido del mundo teatral. Es un “ente” abstracto
manoseado por políticos y programadores para otros fines que nada tienen que
ver con la cultura. Sin caer nunca en el aburrimiento (término ominoso), el
teatro tiene que cautivar al público desde nuevas propuestas capaces de atraer
cada vez a más personas a esta fantástica aventura. El público tiene que ir al
teatro por que le guste ir al teatro. Y, por supuesto, el teatro debe de ser
accesible al público.
Evidentemente,
y como editor de teatro, creo que nadie debe de olvidar que “el teatro también
se lee” y si no conseguimos que el público disfrute tanto con las puestas en
escena como con la lectura de las obras teatrales, no saldremos nunca de la
irrelevancia. Y creo, firmemente, que el público teatral será lector o no será…