Tapa Blanda. 292 pag. 13,8 x 21 cm. ISBN 978-84-944029-2-0 (16 euros)
George
Gordon Byron, más conocido como Lord Byron, fue el más alto
representante del romanticismo inglés. Sus tragedias encierran mucho más
mérito del que se le ha querido conceder, moviéndose a caballo entre la
tragedia alferiana de corte neoclásico y el incipiente romanticismo que
se iba imponiendo por toda Europa, allá por 1820. Este volumen recoge
sus dos obras de ambiente veneciano. Tanto Marino Faliero, como Los dos Fóscari,
plantean tragedias en torno a las dignidades de sendos Dux de Venecia,
que se debaten en intrincadas luchas de poder. Esta edición se basa en
traducciones del s. XIX, arregladas y actualizadas por el editor.
Prólogo a MARINO FALIERO
por Fernando Olaya Pérez (Fragmento)
Marino Faliero es una de las obras teatrales de ambiente Veneciano, junto a Los dos Fóscari, compuestas por Lord Byron. La acción se sitúa, por
tanto, en la República de Venecia a mediados del siglo XIV. Parece ser que Lord
Byron se interesó por este personaje en 1816, en Venecia, cuando constató que
era el único Dux que no tenía una tumba, a lo que hace referencia en el prólogo
escrito por él mismo. (Prólogo inédito en castellano incluido en esta edición).
El planteamiento no deja de ser paradójico, ya que es el propio Dux el que se
rebela contra el sistema republicano por considerarlo corrupto. En la práctica,
Venecia estaba controlada por una aristocracia que se repartía los cargos y
prebendas derivados de un Estado que basaba su prosperidad en su poderío marítimo
y en el comercio. El incidente desencadenante de la acción es una supuesta
ofensa a la “Dogaresa”, proferida por un joven aristócrata, que no es
debidamente castigada, debido a sus conexiones sociales. En el trasfondo de
todo esto puede vislumbrase una autocrítica sistémica que lleva al protagonista
a querer invertir o subvertir el orden social.
ESCENA II, ACTO I, de MARINO
FALIERO, de Lord Byron.
El Dux, MARINO FALIERO, y
BERTUCCIO FALIERO.
BERTUCCIO
Es imposible que no se os haga
justicia.
DUX
Sí, como me la hicieron los
Avogadori[1] que remitieron mi querella a los
Cuarenta, para que el culpable fuese juzgado por sus pares, por su propio
tribunal.
BERTUCCIO
Sus pares no se atreverán a
protegerle; semejante proceder colmaría de baldón toda autoridad.
DUX
¿No conoces a Venecia? ¿No conoces
a los Cuarenta? Pero luego lo veremos...
Sale
VINCENZO.
BERTUCClO
A
VINCENZO.
Y bien ¿Qué novedad?
VINCENZO
Estoy encargado de anunciar a
vuestra Alteza que el tribunal ha pronunciado su fallo, y que después de
cumplidas las formalidades legales, se remitirá la sentencia al Dux. Al mismo
tiempo los Cuarenta saludan al príncipe de la República, rogándole que acepte
el homenaje de sus respetos.
DUX
Sí, son por todo extremo
respetuosos, y siempre humildes. ¿Decís que está dictada la sentencia?
VINCENZO
Sí, Alteza. El presidente la
sellaba cuando he sido llamado para que sin pérdida de tiempo avisase al jefe
de la República, así como al querellante, reunidos ambos en
una misma persona.
BERTUCCIO
Según lo que habéis visto ¿habéis
podido adivinar la naturaleza de su decisión?
VINCENZO
No, señor... Ya conocéis la
habitual discreción de los tribunales de Venecia.
BERTUCCIO
Cierto; pero para un observador
inteligente y unos ojos perspicaces, siempre hay medio de adivinar algo... Tal
como un cuchicheo, o un susurro, o un aire de gravedad más o menos marcada del
tribunal. Al fin y al cabo los Cuarenta no son sino hombres apreciables,
prudentes, justos y circunspectos, lo concedo, y discretos como la tumba a que
condenan al delincuente; mas con todo eso, en sus semblantes, en los de los más
jóvenes al menos, unos ojos escrutadores, como los vuestros, por ejemplo,
Vincenzo, hubieran podido leer la sentencia antes de pronunciarse.
VINCENZO
Señor, salí al instante del salón,
sin tener tiempo para observar lo que pasaba entre los jueces, ni aun
exteriormente. Además, mi puesto al lado del acusado, Miguel Steno, me
obligaba...
DUX
Bruscamente.
¿Y qué actitud era la suya?
Decídnoslo.
VINCENZO
Tranquilo, pero no abatido,
aguardaba con resignación el fallo, cualquiera que fuese. Pero aquí lo traen a
vuestra Alteza para que lo lea.
Sale el secretario de los Cuarenta.
...
LORD BYRON
[1] Los
Avogadori eran tres: juzgaban a los acusados de conspiración contra el Estado,
y ninguna deliberación de los Consejos era válida si no había sancionada por la
presencia de uno de ellos.
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