NÚMEROS REDONDOS - CORREDERA
de MIGUEL ÁNGEL MARTÍNEZ
Fragmento del PRÓLOGO,
por JESÚS
PÁEZ MARTÍN
... La propuesta dramática
(de Corredera) se afronta con gran riesgo
y con gran valentía por parte del autor, que pretende erigir en escena un tema
un tanto trillado a estas alturas y que fue muy jaleado en el franquismo, el
posfranquismo y la transición, pues el nombrado Juan García Suárez, El
Corredera, se convirtió en un icono de la oposición y la lucha contra el
fascismo y la dictadura, desde su afiliación y fidelidad al Partido Comunista.
En su propuesta
dramática, llena de guiños al espectador canario, desde la primera escena en el
arranque de la obra se evoca aquella patética imagen del Che Guevara tras ser
apresado y asesinado en Bolivia y, al compás del ladrido de un perro, tras la
lectura del certificado de defunción, se nos propone el flash back, que va a
constituir y mostrar, desde diversos ángulos y perspectivas, el drama personal
del protagonista convertido en un héroe humano.
Fragmento de CORREDERA,
de MIGUEL ÁNGEL MARTÍNEZ
4
Celda de JUAN. Luz. JUAN habla al público como con
PILDAIN.
JUAN
Desde el principio del
juicio supe que dijese lo que dijese nada podría echar para atrás la declaración
que me tomó la policía mientras deliraba de fiebre en el hospital. Pero eso es
lo de menos. La conciencia de los actos es lo que cuenta. Y yo, en conciencia,
soy culpable de ser comunista... Como lo fue Jesucristo, y ahora puede llamarme
hereje, si quiere.
Pausa.
A mí por comunista me
echaron encima la muerte de José Suárez, un viejo loco al que le pegaron tres
tiros porque le dio por gritar mueras a la República y contra los que nos manifestábamos
en la Plaza de San Gregorio el mismo 19 de julio. Por comunista me pegaron la
culpa de disparar y herir a Santiago González Caballero, cuando intentaba atravesar
la multitud con su coche. También por comunista y aunque yo andaba fugado y muy
lejos de donde ocurrieron los hechos, me acusaron de la muerte de un chófer del
almacén Monzón Santana, e incluso del intento de degollar a Miguel Alonso Giménez,
por entonces presidente del Cabildo, con un cable de acero tendido de árbol a
árbol al paso de su coche por la carretera de Jinámar. Por pegarme la culpa,
hasta dijeron que estuve con los obreros que prepararon la emboscada en el túnel
de La Laja que Franco tenía que atravesar camino al aeropuerto desde donde
saltaría a la península. Alguien lo avisó y por eso hizo el viaje en lancha
desde el Gobierno Militar.
Pausa.
Se lo digo como lo
siento, y que Dios me perdone por ello, pero si estoy allí y Franco se mete en
el túnel, le aseguro que yo mismo aprieto el detonador sin pestañear para ver cómo
se lo traga la montaña, pero de verdad.
Sonríe amargo.
Entonces, quién sabe,
en vez de en la lista negra de los condenados a muerte, hoy mi nombre vendría
con letras de oro en los libros de historia.
Pausa.
Sea como sea, don
Antonio, comenzaron a buscarme por todo: por algunas cosas que hice, por otras
que no hice y, sobre todo, por una que siempre deseé haber cometido.
Oscuro.
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